domingo, 17 de agosto de 2014

SÓLO ELLA NOS GUÍA - CUENTO CORTO

LA VIRGEN DE LOS VERICUETOS

Los peregrinos caminan sobrios y contenidos más de veinticinco kilómetros desde Arica por la carretera de Lluta hasta llegar al interior del pueblo de Poconchile, a la explanada encementada de cien metros que termina en el popular templo católico de la Virgen de los Vericuetos sacramentados. La enorme imagen, con sus manos abiertas e inmenso amor, espera a sus leales hijos espirituales. Los devotos transitan estos cien metros con una vela en cada mano y de rodillas o a pie, rezando con una infinita confianza el avemaría y los otros rezos marianos, con la lengua un poco seca y el espíritu elevado. El caporal en la fiesta le pregunta al ansioso y esperanzado rebaño por micrófono:
-¿Quién es la Madre de Dios, de la Iglesia y de los hombres?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién es la Reina del cielo, el Perpetuo Socorro y nuestra Protectora?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién recibe a los afligidos, cansados y cargados?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¡Gloria al unigénito de Dios!
-¡Gloria al primogénito de María! –responde la grey.
-¿Quién es la que nos lleva a Dios, con su tierna mano?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién nos ama incondicionalmente y nos acepta como somos y sin reproches?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
Con una impresionante claridad de mente, la incondicional asociación de “Los veneradores descalzos y sangrantes de los dolores píos de la Virgen de los Vericuetos sacramentados”, sólo le canta, le baila y le reza a ella, la Santísima Virgen, sin oscilaciones y sin desorientarse. El público creyente hace lo mismo. Todo lo demás es tenebrosidad. En su casto y maternal nombre residen la paz, las bendiciones, la sanidad y la seguridad del alma, totalmente. Todo lo otro es verborrea falaz. Por ella todo, y para ella absolutamente todo. Después de tres días de alabarle de todas las formas posibles e inimaginables y sin complejos, los devotos vuelven a la ciudad renovados, serenos, rejustificados, fortalecidos y un poco más santos, musitando las glorias de María. Las ocasionales burlas de los incrédulos y de algunos miembros de otras confesiones religiosas sólo incrementan la fe en la Madre, que es a la única que invocan en la carestía o en la angustia, con sublime franqueza y sin dudarlo. Los marianos sensatos y comprometidos le entregan a ella su alma y su ser, de rodillas y con fe. Cada ocho de diciembre la Virgen es ensalzada de corazón, como es debido, por su rebaño incondicional, que sólo la mira y le reza a ella, sin excepciones. Estando presente el nombre de María, nada más se necesita.
-¿Quién es el Trono de sabiduría que está sobre todos los ángeles y santos?
¡La Virgen de los Vericuetos! – responde la romanizada grey.
-A la Madre del mismísimo Dios la tratan, porque se lo merece, casi como una diosa, aunque todos concuerdan que no lo es, claro está. Mucho cuidado con las malas interpretaciones.
-¡Gloria al unigénito de Dios!
-¡Gloria al primogénito de María!
Este pueblo está atado al amor de la Santísima Virgen, y sólo dependen de ella, y todos los devotos lo saben, y no miran para el lado. Es María, la Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades, sin particularidades. Entonces los católicos leales no necesitan nada más, a nadie más.
¡Viva la Virgen de los Vericuetos, nuestra Madre!
¡Viva!.

FIN

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